Mary Karr y El club de los mentirosos: reír para sanar las heridas

Es corriente pensar que la infancia delimita el desarrollo de la vida adulta. Durante años los psicoanalistas se han encargado de defender estas teorías, razón por la cual numerosos adultos se encuentran desubicados en un mundo que consideran ajeno. Para estos, el resto de su vida está determinada por su infancia, de modo que solo pueden arrastrar recuerdos traumáticos de allá para acá, por calles, tiendas o consultas de psicólogos, e intentar fingir que no portan esta carga.

Yo también creí estas teorías durante algún tiempo. Que uno nunca supera ciertas heridas es un hecho, de modo que solo queda aprender a vivir con ellas. Pero ello no quiere decir que la vida con heridas tempranas sea menos válida que la de aquellos que gozan de un reducto memorístico impecable. En estas ocasiones, suelo recordar aquella sentencia que Séneca le transmitió a Lucilio, en la que sostiene:

Te juzgo desafortunado porque nunca has vivido la desgracia. Has pasado por la vida sin un oponente, nadie puede saber de lo que eres capaz, ni siquiera tú

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Escribir para avanzar

En uno de sus libros, Iluminada (Errata Naturae), Mary Karr se propuso detallar su autobiografía y describir cómo concibió la escritura de su obra más conocida, El club de los mentirosos. Esta última, a diferencia de Iluminada, no gira en torno a la vida de la propia autora. En este caso, es su madre la actriz principal sobre la que se sitúan los focos aunque, eso sí, la narradora sigue siendo una joven Karr, ya que la obra se explaya en los recuerdos de la infancia y juventud de Mary y su hermana, Lecia.

Al igual que en Tú no eres como otras madres de Angelika Schrobsdorff, Mary Karr decidió rendir un homenaje a su madre contando una vida poco usual, con siete maridos como récord familiar y un largo historial de momentos cómicos, aunque también dramáticos, que forjaron su personalidad. De hecho, lo mismo que ocurre con Angelika Schrobsdorff se repite con El club de los mentirosos: una no puede menos que preguntarse cómo una mujer tan singular, tan única, pudo defender su independencia de tal modo en el Texas de los años sesenta. Como ejemplo, baste la propia anécdota que Mary Karr cuenta en el prólogo sobre su madre.

Una vez decidida a escribir El club de los mentirosos (más por hilos de azar que por otro motivo, como ella misma explica en Iluminada), Karr se propuso compartir su idea tanto con su madre como su hermana. Al tratarse de una narración autobiográfica, ambas mujeres debían dar su consentimiento para redactar la novela, pues la idea era ser lo más fiel a la realidad posible. Así, cuando Mary Karr se acercó a su madre para conocer su opinión sobre lo que se proponía contar sobre ella, esta le respondió:

Tú sácatelo todo, di que sí… Si a mí me hubiese importado alguna vez lo que piensa nadie me hubiera pasado la vida haciendo galletas y yendo a reuniones de la Asociación de Padres y Madres de Alumnos.

Con tal respuesta, ¿cómo no amar una libertad tan pura que, sin proponérselo, escandalizaba a diario al vecindario?

La infancia desestructurada de Mary Karr

Aunque El club de los mentirosos es una obra divertida, no es menos cierto que la vida de Mary Karr y su hermana Lecia no fue, ni de lejos, sencilla. La independencia de su madre, el ir contra las normas establecidas, tenía un precio alto a pagar. Tanto esta, Charlie Marie Moore, como el padre de Mary, J.P. Karr, fueron alcohólicos, algo que sus dos hijas comprendieron desde muy pequeñas. A lo largo del libro Mary Karr detalla sus traumas de la infancia, cómo su hermana y ella vaciaban, sin que sus progenitores lo supieran, las botellas de alcohol por el desagüe para que sus padres no siguiesen bebiendo.

Otros recuerdos que salen a la luz son más duros: la crisis que llevó a la madre de la escritora al sanatorio mental y con la que estuvo a punto de asesinar a sus propias hijas; los accidentes de tráfico de los que se salvaron las menores, ya fuera por sucesos naturales o por crisis al volante de sus padres; o, incluso, y esto es lo más duro de leer, las dos violaciones a las que la propia Mary Karr fue sometida por jóvenes que conocía.

Los Karr no fueron una familia normal. Los cortes dieron lugar a heridas que no se curaron, que fueron generando pus y gangrena con el paso de los años. Y así sucedió cuando las hijas crecieron, como relata la propia Mary Karr en El club de los mentirosos o Iluminada. Escapar del hogar se convirtió en el pasatiempo preferido de Mary y Lecia, asaltando las casas de los vecinos para cenar o pasando la noche con amigas para evitar volver a casa. Todo parecía indicar que la infancia que les había tocado vivir, como aseguraban ciertos psicoanalistas, sería la condena de ambas.

Pero no sucedió así. Es cierto que, durante sus años de juventud, Mary Karr anduvo perdida por el mundo, pero ¿y quién no? Ello derivó en el coqueteo con las drogas, la ingesta diaria de váliums y el alcohol como medidor para soportar la cotidianidad aplastante y agobiante de la rutina. Siguiendo las huellas de sus padres, Mary Karr comenzaba a adentrarse en la oscuridad y el desamparo, incapaz de desandar lo andado, sumergiéndose más y más hondo. Entonces, en ese momento, llegó la escritura.

El club de los mentirosos y la sanación

Pero, ¿cómo se pasa del alcoholismo y la depresión a aparecer en el New York Times como una de las escritoras más aclamadas de Estados Unidos?, ¿qué motiva a la escritura cuando todo se desvanece? La única respuesta acertada es que cada creador es un mundo. En el caso de Mary Karr, la escritora echó mano de lo único que había conservado intacto desde la niñez: el sentido del humor.

En El club de los mentirosos se nos presenta una infancia terrible y asfixiante, pero también la forja de una personalidad única y extraordinaria que, gracias a lo aprendido, pudo sobreponerse a ello. No en vano, la obra de Karr se convirtió en lectura obligatoria en las consultas de los psicólogos pues, por primera vez, el autor no se concentraba en volver una y otra vez a los traumas vividos, dando origen a una imagen distorsionada de sí mismo. Lejos de eso, Iluminada y El club de los mentirosos transmiten una enseñanza fundamental a quienes sufrieron una infancia traumática y desestructurada, a quienes portan consigo mismos imágenes de las que no pueden desprenderse: la firme convicción de que todo pasa.

Cuando se concluye la obra de Karr, una comprende que Lecia y Mary sufrieron enormemente, pero ese sufrimiento no fue menor en su depresiva madre o en su trabajador padre. Porque en ocasiones herimos sin querer y somos heridos sin que otros así lo busquen, y no es el sufrimiento lo que caracteriza o determina el devenir de las personas, sino su modo de limpiarse la desgracia y seguir andando. Y, para conseguirlo, el humor es el mejor aliciente.

1 Comment
  • Leopoldo Gutiérrez
    Posted at 13:34h, 05 noviembre Responder

    Cada publicación tuya Rebeca, es como las ansiadas lluvias tras la época seca en África. Muy necesaria, sanadora y cargada de vida. Continúa así por favor, llegarás muy lejos. Saludos.

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